Estos días estamos viendo en clase las manifestaciones artísticas del periodo de la
Gran Depresión, una época con evidentes paralelismos con la actual, con una crisis económica devastadora que condujo a una gran parte de la población occidental a la marginalidad, la exclusión y la pobreza.
Como las flores creciendo en el estiércol, asistimos en esta época al nacimiento del
reportaje gráfico, cuyos mejores representantes en los Estados Unidos fueron
Walker Evans y, sobre todo,
Dorothea Lange, la que se presentaba en sus tarjetas de visita como
Fotógrafa del pueblo.
La indómita
Dorothea Lange (1895-1865) es uno de los mejores ejemplos de
superación personal y profesional. No solo tuvo que soportar durante toda su vida las secuelas de la
poliomielitis, sino que en un mundo de hombres se lanzó a la calle
cámara en mano y se dedicó a documentar las miserias por las que estaba pasando la población emigrante en los Estados Unidos, sobre todo aquellas personas que acudían desde al campo a la ciudad en busca de un trabajo que, o no existía, o las condiciones eran infrahumanas. Abandonó su bagaje
pictorialista y se dedicó a retratar la realidad de estas personas.
Es famoso el retrato de
Florence Owens Thompson, más conocido como
Madre migrante. Sin embargo, lo sorprendente de la fotografía de
Lange es la dignidad con la que dota a las personas que retrata, la calidad humana que subraya en cada rostro pese a que ella misma se jactaba de que jamás retocaba los negativos ni componía las escenas.
La obra de
Dorothea Lange llamó tanto la atención en su tiempo que la administración americana la contrató para documentar la realidad social y trabajó para uno de los principales organismos del
New Deal, la
Farm Security Administration, para la que produjo excelentes trabajos.
Quizás no tan famosas pero sí tan importantes y valientes fueron los reportajes que
Lange realizó durante la IIª Guerra Mundial sobre los
campos de concentración americanos donde se internó a los estadounidenses descendientes de japoneses (
nisei). Las fotografías fueron tan duras que pese a que fueron encargadas por el gobierno federal americano, fueron incautadas por el Ejército de los EE.UU. y no fueron publicadas hasta muchos años después.
Si bien es cierto que la fotografía documental puede remontarse a los también estadounidenses
Mathew B. Brady (1822-1896) o
Timothy H. O'Sullivan (1840-1882), la diferencia con
Walker Evans y
Dorothea Lange es que estos pretendían no solo mostrar una realidad impactante (de hecho, ya lo hizo
O’Sullivan en su
Cosecha de muerte), sino, sobre todo, hacer reflexionar al público y a los poderes públicos para poner remedio a una situación injusta, lo que los dota de una nueva dimensión que trasciende lo artístico para convertirse en una necesidad moral.
Obrigado eu!
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