Mujer frente al espejo. Edgar Degas, 1899. |
Una de las obras más personales y sensuales de Degas es una pintura al pastel titulada Mujer frente al espejo.
En sí, esta pintura es un ejemplo programático de la obra del pintor francés, porque aúna la concepción de la línea clasicista con los procedimientos de los impresionistas, basados esencialmente en la captación de la luz sobre todo tipo de superficies.
Pero la obra tiene algo más: donde cualquier ser humano vería una acción cotidiana como es esta, la de peinarse y arreglarse el cabello frente a un espejo, Degas descubre luz, descubre el Universo condensado en un instante. Podemos imaginar al pintor transfigurado ante la belleza del momento, saltando de su sitio como un resorte y pidiendo a la modelo que paralice el gesto, para inmortalizarlo. Degas descubre la magia de la luminosidad que se anuda en la nuca y corre por la espalda, de manera que el resto de la composición es pura anécdota.
Esta obra condensa la esencia de la pintura, es un canto a la belleza fugaz: es la belleza clásica en una técnica totalmente revolucionaria para la época.
En efecto, aunque ya hemos visto en clase que el pastel fue utilizado desde mucho antes por artistas como Rosalba Carriera, serán los impresionistas quienes sacarán todo el partido a esta modalidad de pintura en lápiz, idónea para un trazo rápido, eléctrico, gestual y de mancha yuxtapuesta. Impresionistas de los que, por cierto, Degas formó parte, aunque durante toda su vida renegó de sus principios, ya que se consideraba a sí mismo un clasicista, seguidor de Ingres y de los académicos, un pintor de la vieja escuela que odiaba la pintura rápida al aire libre pero que revolucionó la pintura de interiores captando las atmósferas como nunca lo hizo nadie.
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