Con estupor estamos asistiendo a lo que un amplio sector del mundo de la cultura se refiere ya como una especie de
caza de brujas contra la libertad de expresión en España, sobre todo en lo que afecta al mundo del arte y la música. Ya no solo son los raperos encarcelados y multados por las críticas vertidas contra el
statu quo en sus letras o sus tuits, como ocurrió con el cantante de los
Def Con Dos,
César Strawberry,
Pablo Hasel,
Valtonyc, o
La insurgencia, sino que incluso se ha llegado a
secuestrar una edición de un libro (
Fariña, de
Nacho Carretero), o a retirar de la feria de arte contemporáneo ARCO una obra de denuncia social (
Presos políticos en la España Contemporánea, de
Santiago Sierra).
Precisamente estamos viendo en clase algunos ejemplos de censura de obras de arte, sobre todo en cine, como fue el caso de
Las Hurdes, tierra sin pan, de
Buñuel, o de
El gran dictador, de
Chaplin, que no pudo verse en España hasta después de la muerte del dictador Franco.
Los más extremos casos de censura fueron las exposiciones de
Arte Degenerado montadas por las autoridades de la Alemania nazi, en las cuales se mostraban obras de carácter vanguardista para luego ser destruidas en un acto de purificación muy parecido a los
Autos de Fe.
Todo ello nos lleva a una reflexión: ¿hasta qué punto las autoridades políticas deben intervenir a la hora de censurar una obra de arte? Está claro que se trata de un debate interesante.
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