El problema del precio del Arte es el mismo que el del oro: no se compra y se vende porque sea bonito y nos atraiga su brillo como a una urraca, sino porque se trata de un valor refugio que rara vez pierde “poder” monetario: quien posea unos kilitos de oro o un par de Picassos sabe, con seguridad, que los va a vender cuando le venga en gana GANANDO SIEMPRE. Por eso, en época de crisis, se multiplican los anuncios de “compro oro” y se pagan barbaridades que harían enrojecer a Bill Gates por cualquier obra de arte.
Cuando los gurús del arte pagan lo que pagan por cualquier obra, están “invirtiendo”, les importa un comino su valor artístico. Es más, son capaces, incluso, de adquirir por millonadas cualquier cosa que se pueda revender más cara, aunque ataque sus propios principios ideológicos. Los Rockefeller, el paradigma del capitalismo americano (sirvió incluso como modelo para el Tío Gilito de Disney), llegaron a contratar al propio Diego Rivera, el famoso cartelista del comunismo trotskista, para decorar su sanctasantórum. Es más, son capaces incluso de monetizar la efigie de Lenin o del Ché Guevara, comercializar camisetas con la "A" anarquista o comprar la Mierda de artista enlatada por Piero Manzoni, que constituía una descarnada denuncia contra este cambalache artístico.
Como decía Machado, sólo un necio confunde valor y precio. El problema no es la calidad artística o el valor estético o emotivo de una obra (yo babeo con los dibujos de mis hijas), sino en creernos que una cosa vale lo que nos dice Christie’s.
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