Ya conocéis el dicho castellano de que en el amor y en la guerra, todo vale. Aunque esta afirmación es de ética dudosa, lo cierto es que desde el principio de los tiempos las guerras han estado llenas de actos indignos, desde el asesinato de Viriato o el truco del Caballo de Troya hasta la manipulación informativa en la reciente Guerra de Irak.
Desde finales del siglo XIX, esta especie de guerra sucia tiene como principal soporte dicha manipulación de la información a través de los mass media, como la televisión o los periódicos. Nuestro país tiene el dudoso honor de haber sido objeto de campañas de desprestigio desde la época de Felipe II (recordad lo de la Leyenda Negra), pero la más sucia, feroz e interesada fue, sin ninguna duda, la que pusieron en marcha los periódicos estadounidenses para declarar la guerra a España y hacerse con las colonias españolas del Pacífico y el Caribe a finales del siglo XIX.
En efecto, a finales de siglo los periódicos sensacionalistas de los Estados Unidos eran la quintaesencia de lo que hoy denominamos periodismo amarillo (aquel que no tiene en cuenta el rigor de la información, sino el impacto en la opinión pública, con profusión de asesinatos, escándalos, famoseo, etc.). Los dirigentes de los dos principales emporios empresariales del periodismo neoyorkino, Hearst (cuya vida inspiraría la famosa película de Orson Welles, Ciudadano Kane) y Pulitzer (sí, el de los famosos Premios Pulitzer), no dudaron en manipular de forma descarada la información referente a la rebelión cubana contra España, de manera que no solo propiciaron que la opinión pública americana se decantara por la intervención estadounidense en la guerra, sino que empujaron al presidente McKinley a declarar la guerra a España, cuyo desarrollo y consecuencias (el Desastre del 98) hemos estudiado en clase.
Pese a lo exagerado de los artículos incendiarios del New York Journal y el New York World (los periódicos de Hearst y Pulitzer respectivamente), estos fueron haciendo mella en la opinión pública de manera que cuando se produjo el accidente de la explosión a bordo del Acorazado Maine en el puerto de La Habana, dichos magnates de la prensa lanzaron la andanada final que condujo a la Guerra Hispano-Estadounidense.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la prensa escrita dejará paso a la televisión. Sin embargo, la manipulación informativa no ha cesado; más bien se ha hecho más sutil y refinada, y más universal, ya que si la prensa decimonónica llegaba tan sólo a un mínimo porcentaje de la población, la televisión está actualmente en todos los hogares del planeta.
Por eso es nuestra obligación no conformarnos con la apariencia de las cosas, sino contrastar las noticias desde diferentes fuentes y aplicar nuestro sentido crítico.
Sobre todo en nuestra época, donde las guerras (en algunas de las cuales España ha participado, como en Irak, Afganistán o Libia) han pasado a calificarse como acciones humanitarias, y donde internet ha empezado a configurarse como una potente herramienta de comunicación, como se demostró con el caso Wikileaks.
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