Cuando hablamos de cerámica etrusca enseguida se nos viene a la mente la imagen del
Sarcófago de los Esposos y de los maravillosos
sarcófagos de terracota que este enigmático pueblo itálico nos legó como prueba de que para los
rasenna (como se llamaban a sí mismos) la muerte no era el final, sino el principio de una nueva etapa: de ahí que los difuntos aparezcan felices y
vivarachos, con los ojos almendrados, la típica
sonrisa boba (o
etrusca) y un modelado propio de la
escultura arcaica griega.
Sin embargo, los etruscos elaboraron cerámicas de excelente calidad, tanto las de tradición propia (desde las llamadas
impasto - con desengrasantes minerales gruesos y decoración incisa- a los
búcaros negros - llamados así por el color negro de su pasta, muy brillante en su superficie, obtenido por reducción) como las de
imitación griega.
Una de las tipologías típicamente etruscas que más han fascinado a los investigadores a partir de los años 50 del siglo XX son los
Genucilia. Se trata de pequeños platos de no más de 15 cm de diámetro y 3 de altura, incluido un pequeño pie que le da aspecto exterior de frutero si no fuese por su tamaño. El nombre se lo dio un investigador en 1947,
Beazley, por la inscripción que uno de dichos platos tenía escrita bajo el pie:
P. Genucilia.
Los platos del
Grupo de Genucilia son muy parecidos.
Además del tamaño y forma descritos, suelen presentar motivos pintados en negro u ocre muy oscuro sobre fondo generalmente claro o rojo. Estos motivos siempre se enmarcan en una
estrella con los vértices en forma de onda o espiral, aunque varían en número (cinco, siete, ocho, nueve, etc.). Lo más característico es que el motivo central sea el
rostro de una mujer de perfil mirando casi siempre a su derecha, aunque a veces aparecen otros motivos, como un barco,
figuras abstractas con geometría radial, etc., o algunos particularmente bellos e ingeniosos, como el caso de pescados como
rayas que ocupan toda la zona central.
No se sabe a ciencia cierta
cuál era la función de estos platos. El hecho de que suelan
aparecer en contextos religiosos, ya sean funerarios o en templos, nos hace pensar que quizás se usaran para ofrendas de alimentos, pero solo es una hipótesis. Lo único cierto es que aparecen en grandes cantidades hacia los siglos IV y III a.n.e., y aunque tienen origen etrusco lograron difundirse por todo el territorio dominado posteriormente por Roma, ya que se han encontrado ejemplares por todas las islas del Tirreno y en lugares tan alejados de los
rasenna como la
Cirenaica.
Lo que sí es curioso es comprobar cómo la Historia del Arte describe inmensos ciclos, de manera que los platos del
Grupo de Genucilia nos recuerdan por su trazo y la manera de disponer los motivos decorativos a los
piatti da parata renacentistas o, incluso, al trazo expresivo y rápido de nuestras cerámicas de
Talavera de la Reina o
Puente del Arzobispo.
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