Cuando en clase de Historia de España hablamos de Roma, parece que se trata de un mundo extraño, lejanísimo, algo que no tiene nada que ver con nosotr@s.
Sin embargo, lo romano es parte integrante de nuestra cultura, no sólo en cuestiones tan básicas como el idioma (nuestro hermoso castellano es prácticamente un latín muy modificado), la jurisprudencia, el derecho (nuestro derecho civil se basa en el derecho romano) o la alimentación (la dieta mediterránea tan cacareada es la dieta romana grosso modo), sino que también gran parte del patrimonio histórico-artístico del que sentimos cierto orgullo como toledan@s es netamente romano.
Por ejemplo, en el Barrio de Santa Teresa se conserva aún el solar del Circo Romano (aunque ahora en vez de cuádrigas sólo pasan máquinas segadoras de césped), del que aún pueden contemplarse in situ las escaleras de acceso a las gradas, algunas entradas y el relleno de los muros hecho con el gran invento constructivo romano, el hormigón (llamado opus caementicium).
En el Casco Antiguo de Toledo también hay importantes restos romanos. Por ejemplo, se conserva el arranque del acueducto que abastecía Toledo y que traía las aguas del embalse de Mazarambroz a través de los terrenos que hoy día pertenecen a la Academia de Infantería. También se conserva la red de cisternas donde se almacenaba el agua (una de ellas, la del Callejón de san Ginés, es conocida por la tradición popular como la Cueva de Hércules).
También merecen una visita las termas romanas, situadas en la Plaza Amador de los Ríos, en las existe un centro de interpretación y a la que haremos, si Minerva lo permite, una excursión extraoficial.
Y saliendo de la capital, también encontramos restos romanos a porrillo: en Consuegra (la Consaburum romana), en Carranque (donde se conservan los mosaicos casi intactos de una villa romana), etc., etc.
No es necesario, por tanto, salir de nuestro entorno para disfrutar de la antigua Roma. En Toledo, cada día es una buena ocasión para dar un paseo por la Historia.
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