En clase de
Historia de España nos referíamos a lo importantes que son las
fuentes a la hora de juzgar un acontecimiento histórico. Estuvimos viendo un spot bastante gracioso en el que un abuelete nos contaba cómo las circunstancias habían hecho que no apareciera en una de las fotos más famosas de la
Historia, la que
Charles Clyde Ebbets realizó en los años 30 y que mostraba el almuerzo de los obreros suspendidos en una viga durante la construcción del Rockefeller Center de Nueva York.
Citábamos también, como ejemplo, las dos versiones de la
Batalla de Covadonga, una desde el punto de vista del literato e historiador árabe
Al-Maqqari, y la otra desde el punto de vista cristiano, de la
Crónica de Alfonso III. Aunque ambas
fuentes hablan de un mismo
hecho (lo que conocemos como "el inicio de la
Reconquista"), está tratado de manera tan diferente que debemos pensárnoslo dos veces a la hora de admitir cualquiera de las dos
versiones como
verdadera.
Sin embargo, la
manipulación de las fuentes no es algo del pasado. Es más, cuanto más nos acercamos a nuestros días, esta manipulación de la información se va haciendo cada vez más refinada y difícil de detectar para el ojo poco entrenado. Por ejemplo, es ya clásico recurrir como ejemplo a la foto de
Lenin arengando a las masas que
Stalin ordenó censurar eliminando a su competidor,
Trotsky,
literalmente, de la foto (más tarde se encargaría de eliminarlo también físicamente). Un trabajo digno del mejor
Photoshop.
Pero tampoco es necesario hacerlo de una manera tan expeditiva. Son típicas las fotos de los políticos en campaña electoral con su aspecto
mejorado o apareciendo al lado de los menesterosos, besando niños y niñas a tutti pleni y apareciendo como sesudos protectores del bien común.
Felipe González, por ejemplo, pasó a la historia del márketing político al aparecer en los carteles de campaña a la presidencia del Gobierno con las patillas blanqueadas, de manera que su aspecto pareciera más experimentado, menos
bisoño.
Y, para rizar el rizo, hay que fijarse también en
lo que no dice la foto.
Alfonso puso un ejemplo muy claro en clase: la foto del dictador
Francisco Franco con el
cardenal Tarancón. Cuando
Franco aparecía en las fotos de las entrevistas oficiales con una mesa repleta de papeles, libros y documentos, el mensaje
subliminal (recordad lo que vimos sobre las
Leyes de la Gestalt en clase de
Historia del Arte) estaba claro:
Franco estaba trabajando día y noche por la nación, tanto que el trabajo se le acumulaba al
pobrecico.
Por ello hay que estar siempre con el
ojo avizor. Una vez más, hay que echar mano a la cultura popular:
de lo que veas, la mitad creas.
Aplicaros el cuento.
Sobre todo,
en clase.